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sábado, 8 de junio de 2013

Sábado

Mi reciente infelicidad se debe a que he perdido contacto con la versión previa inmediata de que procedo. Soy, por así decirlo, una copia infiel. En nuestra civilización  lo más importante es ser original (o pretender ser el reflejo más fiel del desaparecido Original). Esto, por supuesto, es imposible; me refiero a ser el Original o estar infinítamente cerca de serlo, pues si tal Original existiera nuestra civilización habría desaparecido, por el poder mismo del Original, que destruye toda versión de él por mera proximidad física, o mejor dicho la absorbe. Sólo versiones de idéntico valor pueden subsistir una junto a otra, como en el caso de las Versiones Trillizas que dispersaron a los Conductores por toda la galaxia. Y por esto mismo es común el canibalismo entre nosotros. No podemos evitarlo, de hecho, ni siquiera estamos conscientes de estar asimilando versiones inferiores cuando nos topamos caminando cualquier día. Esto supone una incertidumbre constante y una atroz tortura sicológica, pues podemos ser asimilados así nomas, sin previo aviso y desaparecer hasta de la memoria de nuestros conocidos. Y no es que se borre todo rastro de la memoria colectiva, no es así, sino que el asimilado y sus conexiones pasan referir a la versión que asimila; entonces no es que el asimilado sea olvidado, ni siquiera significa que una versión mejor de uno mismo lo suplante a uno; sino que todo lo que él significa deja tener sentido porque pasa a ser parte indistinguible de un otro más completo. Dicho de un modo simple, se evidencia la redundancia del asimilado y la redundancia no puede ser algo en sí misma, ni tampoco lo fue alguna vez.
Esta característica de nuestra existencia es un riesgo para la continuidad del programa combinatorio universal, pues, si el Original sólo puede ser producto de la recombinación de cualquiera de las versiones existentes, es necesario proteger y conservar cada una de estas, independientemente de su proximidad al Original,  cada versión es -en teoría- un posible Original. Los Conductores nos impusieron una moralidad derivada de este hecho, resumida en la sentencia: "la versión es para la versión algo sagrado", y diseñaron un sistema de información que nos facilitase evitarnos mutuamente. Toda versión tiene la posibilidad, el derecho y, en cierto sentido, la obligación de evadir cualquier encuentro con alguna otra versión previa -mediata o inmediata-, minimizando así el riesgo de ser asimilada espontáneamente. De tal modo existimos, mas llevamos una existencia atrozmente tortuosa, sometidos por miedo constante de morir o matar con el siguiente paso que damos, temerosos de cometer un crimen moral por la simple omisión de validar cada uno de nuestros movimientos en el sistema de información diseñado por los Conductores, y perseguidos por el presentimiento de una asimilación próxima. Francamente oprimidos por el sentimiento de que al momento siguiente se desatará la catástrofe. Estamos, por ponerlo de un modo totalmente gráfico, enterrados vivos bajo montañas de nieve que, si nos permitimos el más mínimo respiro, caerán como una avalancha sobre nosotros asfixiándonos.
Por otro lado, perseguir el sentido de nuestra existencia como nos inculcan los Conductores -aparearnos para recombinarnos- es de igualmente una bomba de tiempo, pues cada nueva versión que se gesta puede ser el Original que evidenciará nuestra redundancia y asimilará todas nuestras existencias. Nacer será el crimen de ese hijo, y su pecado a expiar con el exilio a lo largo y ancho del universo. Apenas naciendo quedará completamente sólo, desprovisto de la posibilidad de cualquier contacto con otro ser que lo entienda. Ningún otro ente en todo el universo padece alienación similar a la del Original: desprovisto de la posibilidad siquiera de concebirse a sí mismo, no puede evitar desear conocerse. Incluso es probable que los Conductores lo hayan destruido tan sólo por apiadarse de existencia tan tormentosa, y no porque representase una amenaza a sus planes imperialistas, pues, a fin de cuentas, siempre habrá versiones y apenas dos de ellas son necesarias para establecer un portal de transmisión inmediata, e incluso una sola puede transportar de un punto a otro cualquier cosa anexa a ella con tal que haya estado antes en el lugar de destino.

El hecho de que existamos, de que toda nuestra civilización esté en este plano, prueba que el proceso combinatorio aún no ha dado como resultado una versión más original, al contrario, cada recién nacido se aleja un poco más del Original. Aún no ha nacido quien evidencie la redundancia de nuestra civilización y todos nuestros, versiones previas o posteriores.
Por esto es que dejé de validar mis movimientos en el sistema de información de los Conductores. A la vista de mis congéneres, pretendo mi suicidio, aunque no exactamente. Suicidarse es una decisión consciente al fin y al cabo, un ejercicio del ser. En cambio, mi negligencia es una afirmación de todo lo repudiable en este universo, un negarme a ser y un destruirme a través de esta negación, pero destruyéndome sin el consuelo de que elijo la destrucción o la procuro conscientemente; al momento de ser asimilado toda intención de mi parte, como también toda memoria de la misma desaparecerá. Por ponerlo en términos morales, mi pecado se expía por el hecho mismo de pecar, deja de ser pecado y no puedo regodearme en la afirmación de que hago conscientemente mal o de que busco transigir ley o conveniencia alguna.
En estricto sentido, los Conductores no prohíben la asimilación, ni tampoco pretender castigar la negligencia que provocase la asimilación de una versión cualquiera, debido ante todo a que la recombinación es un proceso indeterminado e indeterminable en sí mismo. No porque se garantice la existencia de todas y cada una de las versiones el programa combinatorio universal tiene más probabilidades de éxito. De hecho, conceptualmente, la recombinación de enriquece de asimilaciones aleatorias o imprevistas. Suicidarse es pues, en nuestro caso, otro modo de ejecutar nuestra entelequia, otra forma de madurar, aunque negativa, en el sentido de que se opone a los métodos establecidos y sancionados para alcanzar nuestro destino solamente. Es, de cierta manera, un estilo de vida no oficial, pero no por esto menos válido o gratificante, si es que algo de gratificante existe en una existencia como la nuestra.

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