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viernes, 21 de junio de 2013

Total

Este mundo de ambigüedades deprimentes, que te exige definición aunque todo está tan confuso y embrollado, en el que nada es lo que aparenta y la apariencia es a veces una red tan fina e inextricable que corta el aire, pero no nuestros cuerpos; en resumen, estoy harto de que en todo halle una ambigüedad.

No me sorprende que Alejandro haya simplemente sacado su espada y puesto un "hasta aquí" a la duda de si él (el hombre) era o no la persona adecuada para gobernar destinos de hombres, incluido el suyo propio.
Pero a su vez, me sorprende cómo los gobernantes son tan ciegos para entender, que son la marioneta de todos sus servidores.

"M'anque no quiera uno", la esclavitud comienza por ser a/de uno mismo y de lo que uno propiamente necesita, pues no habrá hombre capaz de gobernar mejor desatendiéndose.

Luego viene Cristo, más Dios que hombre, pero mezclado en la proporción justa para hacer más evidente aún la imposibilidad de diferenciar a uno del otro.

Dios nepótico, que hace excepciones por favorecer a su madre; Dios injusto, que valora el corazón del hombre y no su historia; Dios inclemente, pues deja caer sobre los hijos nonatos el pecado de sus madres. Hombre-dios más que Dios-hombre.

Cualquiera se cree divino en sí mismo (al menos, partícipe de la divinidad), pero ¿quién reflexiona que ostentamos esta creencia como hombres? Llamamos loco al que vive como Dios, sin llorar, haciendo en todo su voluntad.

Romper con el pasado es romper con los dioses y, a la vez, despreciar la única forma de ser humano,
inter homines, sed pro homine
Increíble que una simple "S" cambie de significado, entre lo que tenemos de groseros, de gregarios, de inmediatos y lo que somos de divinos, únicos y trascendentes; entre "hombres"[homines] y "persona"[homine].

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