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domingo, 3 de abril de 2011

En defensa de la ficcion

Esta es una historia ficticia. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

August 6, 1945 - the sun rose into a clear blue sky over the city of Hiroshima, Japan promising a warm and pleasant day. Nothing in the day's dawning indicated that this day would be any different from its predecessors. But this day would be different, very different.


- Tomado del sitio http://www.eyewitnesstohistory.com sin permiso, espero que el autor no levante demandas.

Esa mañana, las cigarras  entre los cardamomos anunciaban una tarde calurosa, como otras tantas de agosto. Parecia que el medio ambiente se caldeaba con los animos belicosos de los miles de seres humanos inmersos en la guerra, la mas grande guerra que la humanidad hubiese conocido.

Guerra Mundial es un nombre demasiado rimbombante, excesivo en cualquier contexto, pero igualmente inaprensible y que causa embeleso. Cuando todo un mundo está en guerra, ¿dónde está el enemigo?

La paranoia nos impulsaba a soñar con conspiraciones, a ver en las noticias claves secretas para un enigma, a sentir que en cada cruce de caminos encontrabamos un espia. Whisper of the Hear - Country Roads

Solo nosotros, los niños, sabiamos que todo aquello era un juego de los mayores, una forma de alejarse de nosotros, de las suaves caricias del viento. Los adultos siempre compiten, pero se olvidan de la camaraderia y la clemencia, porque confunden el triunfo con la diversión. La victoria es amargura y codicia, instinto de persecución, molicie en los engranes de la vida.

Nuestra escuela estaba cerca del centro de Hiroshima, que desde julio del año anterior esperaba el inminente ataque de los "aliados", una fuerza de la naturaleza más que un pueblo para nosotros. Nuestros padres solo hablaban de las batallas y los muertos, insistiendo en la necesidad del sacrificio, en el orgullo y la razon de ser del Imperio Japonés.

Afuera, los pequeños ríos formados por la lluvia de la noche anterior se evaporaban. Ese día no quise ir a la escuela. Mis amigos y yo pensamos en visitar un parque cercano, en una colina desde la cual se observaba toda la ciudad. Intercambiamos nuestros almuerzos por golosinas con otros niños menos niños y más adultos y nos lanzamos por el camino silbando esa canción tan extraña que la profesora de música nos había enseñado días antes.

Eran poco más de las siete y media de la mañana. Las campanas de las escuelas e iglesias habían callado desde hacía rato. El silencio de la mañana era intenso, denso como una pared invisible y deprimente. Ni siquiera el sol parecia alegrar a los pájaros, que se sumaban al duro silencio. Solo el agua, con su murmullo omnipresente entre la gente, a veces como una voz, a veces como un silbido lejano, mostraba vida en aquella ciudad de atrincherados e inocentes.

Nos acercábamos a la parte de la colina donde el parque hacia un descanso en el ascenso. Los metálicos gigantes descansaban, mientras la risa de los niños se antojaba imposible en aquel lugar vacío. Un rayo súbito vino a refulgir en uno de los asientos del sube y baja, que me deslumbró y atrajo la atención de mis amigos. Entre las nubes de aquella mañana el rayo se antojaba una esperanza y todos volteamos hacia el cielo, para ver las caprichosas figuras que la luz dibuja entre las nubes. Una alarma rompió de pronto la tranquilidad matutina, como una esfera de cristal que cae, haciéndose añícos. Era el bombardeo: un agudo silbido, como la premonición de un cielo rasgandose. El silencio se hizo en mis oídos cuando caí a tierra, derrivado por la onda explosiva.


 

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